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adminSanto Domingo.- Este jueves se cumplen 63 años del ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo Molina, considerado uno de los dictadores más sanguinario del continente americano.
A lo largo de 31 años su voluntad fue palabra de Dios en la República Dominicana. Estadísticas lo posicionan en la cúspide de la infamia con alrededor de 50,000 personas asesinadas bajo su mandato, lo que incluye entre 15,000 y 20,000 haitianos, víctimas de la llamada “Matanza del Perejil”.
Pero ni su megalomanía que lo llevó a cambiarle el nombre de Santo Domingo a “Ciudad Trujillo” o utilizar el eslogan “Dios y Trujillo”, ni las torturas, vejámenes o crímenes de su régimen lo precipitaron precisamente a su caída.
NO FUE UN ALZAMIENTO MILITAR O UNA REVOLUCIÓN CIVIL QUE DESTRUYÓ A LA “ERA DE TRUJILLO”, FUERON SUS PROPIAS ENTRAÑAS LAS QUE DEVORARON EL CUERPO DE SU DICTADURA.
Tras el triunfo del general Francisco Franco en España sobre las tropas republicanas, Jesús de Galíndez llegó a República Dominicana como exiliado español y trabajó de inmediato bajo las órdenes del régimen.
Sin embargo, por razones no muy esclarecidas, optó por abandonar el país y establecerse en Nueva York, Estados Unidos. Desde allí, inició una serie de ataques contra el régimen que a menudo sacaban de sus casillas al tirano.
Una tesis doctoral de Galíndez sobre el árbol genealógico de la familia Trujillo, en que supuestamente señalaba a Ramfis Trujillo como un “bastardo”, derramaría la copa. Antes de que ese trabajo se hiciera público, el aparato dictatorial se movilizó con todas las fuerzas para eliminar al profesor español, que impartía sus clases en la Universidad de Columbia.
Para tales fines, utilizaron a una mujer llamada Gloria Viera para que lo sedujera y sirviera como anzuelo para su posterior secuestro. Entre ella, Félix Hernández Márquez, alias El Cojo y otros miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) raptaron a Galíndez y lo trasladaron desde Nueva York hasta Santo Domingo.
Los pilotos fueron el norteamericano Gerald Lester Murphy y Octavio de la Maza, mejor conocido como “Tavito”.
Luego de la tortura y asesinato de Galíndez en la Hacienda Fundación, el régimen trujillista entraba en una nueva etapa de crisis, pues el profesor no solo era español sino que también tenía ciudadanía estadounidense, por lo que el escándalo se volvió internacional debido a la irrupción de las autoridades norteamericanas.
Ante el huracán desatado por el crimen de Galíndez, Trujillo y sus acólitos optaron por limpiar “sus huellas”. Para eso, procedieron a eliminar uno por uno a varios de los participantes directos en el secuestro del profesor vasco.
Gloria Viera, el anzuelo seductor, fue hallada muerta dentro de un vehículo aparentemente en un accidente de tránsito. El detalle es que ella no sabía conducir ni tenía automóvil.
Posteriormente, el piloto Murphy desapareció en circunstancias extrañas y su copiloto, Tavito de la Maza, sería responsabilizado por el régimen de haberlo asesinado por “asuntos pasionales”.
Tavito siempre negó los hechos y tras varios días en condición de detenido, apareció ahorcado dentro de su celda con una supuesta nota “admitiendo los hechos”.
Nadie creyó esa versión. Ni los estadounidenses ni su hermano Antonio de la Maza, que juró matar a Trujillo.
Eran las 9:45 de la noche cuando Trujillo, en compañía de su chofer Zacarías de la Cruz (que logró sobrevivir), fue emboscado en el kilómetro 9 de la carretera Santo Domingo-San Cristóbal, por el grupo de hombres. Trujillo recibió siete impactos de bala de los 60 proyectiles que le dispararon.
La venganza de Antonio de la Maza ya había sido saldada.
No obstante, el hijo del dictador, Ramfis Trujillo, desencadenaría la persecución de los conjurados de la muerte de su padre. Los únicos supervivientes del ajusticiamiento del tirano serían Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, quienes en años posteriores jugarían otro rol destacado en la historia dominicana.