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La República Dominicana atraviesa un momento crítico en materia institucional, jurídica y de gobernabilidad. El debate público se ha centrado en la legitimidad del Congreso Nacional, la calidad de quienes lo integran y el impacto que esto tiene sobre la solidez democrática del país.
Se trata de un cuestionamiento profundo: ¿tenemos un Congreso legítimo o ilegítimo? Esta duda nace del método con el que parte de sus miembros resultaron electos, incluyendo casos vinculados a solicitudes de extradición, expedientes abiertos o cuestionamientos éticos graves. Aunque estas situaciones no anulan automáticamente una elección, sí generan una crisis de confianza ciudadana, uno de los pilares más importantes de la representación democrática.
La Constitución de la República Dominicana establece en su artículo 208 que el voto debe ser libre, directo y secreto, y que el poder público emana del pueblo.
Sin embargo, cuando una parte de la ciudadanía percibe que ciertos legisladores llegaron mediante el uso indebido de recursos, prácticas clientelares o aprovechando vacíos institucionales, entonces surge una quiebra en la legitimidad de origen, aunque la legitimidad formal se mantenga.
El artículo 4 consagra la separación de poderes y el artículo 93 delimita las funciones del Congreso: legislar, fiscalizar y representar al pueblo.
Pero, si quienes ocupan esos curules enfrentan cuestionamientos serios o se duda de su calidad moral, se afecta la capacidad del Congreso para ejercer su rol con autoridad, independencia y credibilidad.
Cuando se pone en duda la calidad ética y la idoneidad de quienes legislan, se afecta no solo el presente, sino la base misma del contrato social.
Un Congreso débil o cuestionado abre grietas que afectan la estabilidad jurídica del país y la confianza en el Estado.
El Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), órgano constitucional encargado de evaluar y nombrar jueces de las altas cortes, ha sido también objeto de cuestionamientos.
Algunos postulantes han denunciado que los miembros del CNM carecen de la capacidad, independencia o legitimidad moral para evaluarlos.
La Constitución, en su artículo 179, establece la composición del CNM, y el artículo 181 dispone que dicho órgano debe garantizar objetividad y transparencia en la selección de jueces.
Si quienes integran el Consejo están cuestionados o no cumplen con el estándar moral requerido, toda la estructura judicial queda bajo sospecha.
Esto afecta directamente:
La confianza en las sentencias.
La seguridad jurídica.
La percepción internacional del sistema judicial dominicano.
El clima de inversión y estabilidad institucional.
Estamos, por tanto, ante una crisis de legitimidad de doble vía: legislativa y judicial.
El análisis no queda ahí.
Existe una crítica creciente hacia la administración gubernamental, pues muchos consideran que:
La mayoría de los incumbentes no cumplen sus funciones.
El Presidente nombra funcionarios que luego deben ser removidos por incapacidad.
Se produce un ciclo continuo de nombramientos y destituciones que refleja falta de evaluación previa, ausencia de meritocracia y poca profesionalización del Estado.
La Constitución, en su artículo 138, establece el principio de eficacia, jerarquía, coordinación, profesionalidad y sometimiento pleno a la ley para toda la administración pública.
Y el artículo 146 prohíbe el uso indebido de fondos, la corrupción y el abuso de funciones.
Cuando un gobierno es incapaz de seleccionar adecuadamente a quienes administran la cosa pública, se vulnera el principio constitucional de buena administración.
Esto no solo afecta la gestión diaria, sino que compromete la gobernabilidad, la confianza del pueblo y la estabilidad del país.
Lo que estamos presenciando es una crisis múltiple:
✔ Crisis de legitimidad
Se cuestiona si quienes ocupan posiciones clave representan realmente los principios constitucionales y democráticos.
✔ Crisis de institucionalidad
Las instituciones no están cumpliendo con su rol, no garantizan controles adecuados y actúan con debilidad estructural.
✔ Crisis de gobernabilidad
La administración pública muestra falta de dirección, improvisación y poca coherencia en la toma de decisiones.
✔ Crisis de confianza ciudadana
La población siente que el Estado no está respondiendo a sus necesidades y que quienes ocupan posiciones decisivas no son los más idóneos.
En una democracia, la legitimidad no es solo legal: es también moral, funcional y social.
Un Estado que opera sin legitimidad percibida está en riesgo permanente, porque pierde su capacidad para conducir, ordenar y planificar.
El país está en una encrucijada decisiva.
La República Dominicana necesita más que reformas superficiales o discursos.
Requiere una revisión profunda de su clase política, un fortalecimiento real de las instituciones y una aplicación estricta de los principios constitucionales.
La democracia dominicana no puede sostenerse si quienes la representan están cuestionados, si quienes evalúan no inspiran confianza y si quienes gobiernan carecen de equipos competentes.
Este es un momento histórico en el que la ciudadanía se pregunta, con razón:
¿Tenemos un Congreso legítimo? ¿Tenemos instituciones capaces? ¿Tenemos un Estado que funcione?
Responder estas preguntas con hechos —y no con excusas— será la clave para recuperar la institucionalidad y retomar el rumbo hacia un país más justo, moderno y democrático.
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